NUNA TE ACOSTARÁS SIN SABER DOS O TRES COSAS MÁS
Que los británicos, con sus defectos y sus bajas temeraturas, nos llevan varias leguas de ventaja en muchas materias (la más obvia, la música) es una evidencia incontestable. Pero no sólo en música. Mi profesor de Didáctica del CAP (Certificado de Aptitud Pedagógica) siempre nos comenta que los anglosajones son y han sido grandes pioneros en la ciencia de la pedagogía. Especialmente recuerdo que nos enseñó unos proyectos didácticos que había diseñado el British Council (la institución reina de la enseñanza inglesa) entorno al Stonehenge que nos dejaron a todos boquiabiertos por lo originales e interesantes que resultaban.
Pues bien, esto último fue plenamente corroborado por mí y por mi hermano en nuestro viaje a Londres de hace apenas un par de semanas. Y más concretamente me refiero a nuestra visita al War Imperial Museum, del que salimos entusiasmados. Curiosamente, después de tropecientas visitas a la ciudad, y en las más diversas circunstancias, nunca había entrado en este museo, me daba como pereza. Y eso que hasta he visto el Museo de Ciencias Naturales con sus dinosaurios y sus ballenatos disecados (ahora, precisamente, es el escenario de la última película de Ben Stiller). En esta ocasión, como estaba algo harto de enseñar siempre lo mismo a todo el mundo (que si el Big Ben, que si Notting Hill, etc.), me propuse rutas alternativas en que yo también descubriera cosas nuevas. Una de estas fue la zona de Chelsea, de la que yo guardaba mal recuerdo por temas burocráticos (la Embajada Española está ahí), y en la que mi hermano descargó toda su rabia infantil ante el estadio de fútbol del Chelsea F.C. Y otro de los nuevos paraderos fue el citado War Imperial Museum, al sur del río, en una zona que tiene su encanto por su paisaje postindustrial. Como el resto de museos londinenses, el edificio es precioso y, obviously, gratis.
Al entrar se accede a una sala imponente donde hay tanques, submarinos, barcos, cañones, aviones colgados del techo... Ante este recibimiento era imposible no sentirse impresionado y algo emocionado. Personalmente me enamoré de los aviones de la I Guerra Mundial alemanes (con una cruz) y británicos (con el símbolo mod; bueno, al revés, es el símbolo mod que procede de aquí). El resto del museo estaba organizado en exposiciones de todo tipo entorno a temas bélicos: crímenes contra la humanidad, holocausto, I y II Guerras Mundiales, conflictos desde 1945, los niños y la guerra, los animales y la guerra, desembarco de Normandia... Interminable. Nosotros seleccionamos la exposición sobre el holocausto y la de las Guerras Mundiales. La primera causó en mí un doble sentimiento: por un lado, salí algo afectado después de ver los trajes destrozados de judíos de Auschwitz y otras imágenes impactantes; por otro, me maravilló una vez más la inteligencia nazi: si llegaron a dominar casi toda Europa fue sin duda por lo bien que hacían las cosas. De hecho, me encantó la elegancia de los trajes de las SS, no me extraña que los alemanes tengan ese fetichismo tan acentuado hacia lo militar. Yo me topo con un hombre vestido así y no respondo, y me voy a vivir a Düsseldorf si es necesario. En cuanto a las exposiciones sobre las Guerras Mundiales, además de interesantísimas, muy ilustrativas y bien organizadas, tenían una reproducción de una trinchera donde entrabas y te sentías como Ryan y de un refugio desde el que se vivían de forma muy real los bombardeos sobre Londres. Y encima descubrí que Franz Ferdinand era el nombre del archiduque heredero de Austría-Hungría cuyo asesinato dio inicio a la I Guerra Mundial. ¿Qué más podíamos pedir? Exacto, una tienda a la altura de lo vivido. Nos compramos unos cárteles de reclutamiento de la Aviación Británica y un calendario con fotos de animales en campos de batalla. Me quedé con las ganas de comprarme un póster con instrucciones sobre cómo usar una máscara de gas. Otra vez será.
O no, porque otro de los puntos fuertes de los británicos es la constante renovación. Esta vez era como la quinta vez que visitaba la Tate Modern y nunca está igual, jamás he visto dos veces la misma Tate, la salas y las obras siempre están reorganizadas y situadas de formas distintas. Además de esos fantásticos y vertiginosos toboganes que han instalado en la sala de la turbina para disfrute del público más joven (y no tan joven). En fin, que si los dichos populares tienen una sólida base de certeza, el de "cada día se aprende algo nuevo" en Londres es doblemente cierto. Y encima disfrutando como un crío.
O no, porque otro de los puntos fuertes de los británicos es la constante renovación. Esta vez era como la quinta vez que visitaba la Tate Modern y nunca está igual, jamás he visto dos veces la misma Tate, la salas y las obras siempre están reorganizadas y situadas de formas distintas. Además de esos fantásticos y vertiginosos toboganes que han instalado en la sala de la turbina para disfrute del público más joven (y no tan joven). En fin, que si los dichos populares tienen una sólida base de certeza, el de "cada día se aprende algo nuevo" en Londres es doblemente cierto. Y encima disfrutando como un crío.
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